Salgo de Palas de Rei como siempre antes de que el sol descubra sus luces sobre mi espalda, cuando haces el camino tomas conciencia de los ritmos y costumbres de los astros y descubres que siempre sale por tu espalda y se pone por delante de tus ojos calentando durante todo el día mi lado izquierdo, como queriendo dar color a mis emociones.
Hoy la niebla aporta más misterio a este viaje que discurre entre robles, castaños milenarios y eucaliptos impresionantes.
Descubro que Galicia rompe las piernas de tanto subir y bajar montes, que prefiero la subidas contínuas y largas a las bajadas rápidas y cortas, que me empeño, que dirigir mis pasos hacía arriba y tirar, tirar se me da mejor que retener, frenar y contener... al final mi cuerpo se resiente mucho más haciendo muchísimo menos esfuerzo.
El agotamiento hoy se ceba en mi y la llegada al albergue se me hace un suplicio hasta que, de repente, veo al final de una pronunciada bajada un río fresco, ribera amplia y vital (recuerdo los oasis ribereños de Castilla) un puente antiguo (luego descubro que es romano) y un bonito albergue público, aquí descansarán hoy mis pies.
Intercambios sextercios por alojamiento y penetro en un espacio antiguo, del siglo XIII ó XIV, antiguo Hospital de Peregrinos a la vera del río Iso, precioso quizá el más bonito.
Me encuentro con Kepa y Stella, el bilbaino que ha decidido compartir su vida con la ateniense bella. Encuentros del camino que alivian la soledad y hacen compartir momentos de alegría y reflexión según me acerco a la meta esperada. Mañana llegaré a Monte do Gozo.
Que el destino os haga descubrir lo que llevais dentro. Un beso, mis ángeles de la guarda.
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